Especial San Valentín: De vampiros brillantes, millonarios sádicos y otros engendros del romanticismo moderno…

 

Febrero es el mes del amor, o eso dicen todos los banners que nos acosan en Internet, y Continuará no ha podido resistirse al influjo de Cupido. Porque el amor, y concretamente el amor en la ficción, apenas han cambiado desde que un sacerdote romano llamado Valentín se dedicara a casar a escondidas a los soldados romanos (que, por entonces, lo tenían prohibido), lo que acabó costándole la cabeza… El fondo y la forma siguen siendo los mismos.


Y es que en Continuará nos hemos puesto a pensar, buscando la tendencia dominante, la más llamativa, aquella que represente el signo de nuestro tiempo, y nos hemos dado cuenta de que hay algo que sí se repite, un patrón llamativo e innegable… Sí. Lo siento de veras. Voy a tener que hablar de Crepúsculo

 

¿Os habéis parado a mirar a vuestro alrededor? ¿No habéis notado una persistente e incluso molesta abundancia de seres sobrenaturales de pulsiones amorosas incontrolables que pueblan la ficción contemporánea hasta niveles de hartazgo insospechados? Hablaba de Crepúsculo, pero el vampiro tornasolado es sólo la punta del iceberg. Al fin y al cabo, el vampiro es un monstruo romántico, salvo notables excepciones, casi desde su nacimiento para la literatura occidental (véase El Vampiro, de Polidori, que ya era un seductor; y ahí está su contrapartida femenina, Carmilla, de Sheridan LeFanu, mucho más transgresora e interesante). Pero la cosa no se acaba en el vampiro (ni éste en Crepúsculo: ahí están True Blood, Moonlight, y tantas otras series. Tenemos licántropos (de nuevo en Crepúsculo), por ejemplo. Y los fantasmas enamorados son un clásico: alguien a quien aprecio enormemente lleva mucho tiempo enamorada del fantasma de El fantasma y la señora Muir, película de 1947 en la que una muy viva Gene Tierney se enamoraba del fantasma del capitán de barco interpretado por Rex Harrison.


Uno de los elementos más divertidos, y la prueba de que esta, llamémosla, sobrenaturalización del romance en la ficción está alcanzando todos los límites imaginables, se encuentra en el monstruo más desagradable y, probablemente, más maloliente de todos: el zombie. ¿Creíais, ávidos seguidores de The walking dead, que los muertos vivientes, esos que muerden, no se enamoran? Estabais muy equivocados. La prueba de que sí lo hacen nos la trae un proyecto de aspecto bastante divertido, la película Warm bodies, que se estrena el verano que viene (en España con el horrendo título de Memorias de un zombie adolescente), y que narra, con bastante ganas de cachondeo, el romance entre un joven zombie y una cazadora de zombies. Basada en una novela que en español se titula R y Julie (¿pilláis la referencia shakespeareana?), la cosa promete empezar bien, aunque posteriormente avance por los derroteros convencionales. 

 

En cualquier caso, los muertos que se enamoran tampoco son ninguna novedad, aunque las versiones femeninas son infinitamente más interesantes. Ahí está la Clarimonde de Teophile Gautier en La muerta enamorada, un clásico de la literatura breve que nos presenta a esa mujer fatal, mezcla de vampiro y muerta viviente, nunca acaba de quedar muy claro, que, a pesar de que su corazón no lata, se alimenta de las pasiones humanas. Hace pocos años Tim Burton (antes de la perversión post-Disney en la que va camino de convertirse si no pone remedio pronto) nos regaló su peculiar versión de esta obra en La novia cadáver, pero su Clarimonde es Emily, mucho más inocente y nada siniestra. 

 

Una moderna Clarimonde
Una moderna Clarimonde
A la muerte le gusta la mantequilla de cacahuete
A la muerte le gusta la mantequilla de cacahuete

¿Cuáles son las características de estos romances sobrenaturales, que siempre se repiten y nos permitirán reconocerlos? Ante todo, el conflicto entre los amantes, pues todas estas lecturas beben de dos fuentes principales. Una es, claro, Romeo y Julieta: un zombie y una cazadora de zombies, un vivo y una muerta, un vampiro y una apetitosa humana (según él)… Son romances dolorosos (sic), difíciles, en los que el elemento sobrenatural aporta el elemento trágico y melodramático.


La segunda fuente de la que todos beben es, sin duda, la de los cuentos clásicos. Todas estas imágenes repetidas no son sino reescrituras de uno de los cuentos clásicos que más arraigados están en el inconsciente colectivo y de mayor trasfondo mítico: La bella y la bestia. Desde la mitología griega hasta hoy nos encontramos con innumerables ejemplos de romance interespecies, en el mejor sentido de la palabra, entendiendo por especie desde a un dios que se ha transformado en toro a cualquier otro tipo de ser superior: ángeles, demonios, El Demonio, y la entidad más oscura de todas, La Muerte misma, que también se ha enamorado de humanos y humanas a lo largo de su interminable existencia. Ello nos lleva a otra característica común de todas estas historias: el embellecimiento físico. Son monstruos, sí, pero son, en su mayoría, muy atractivos, irresistiblemente atractivos. Es la condición sine qua non, la única que permite saltar esa barrera infranqueable que su carácter de sobrenatural supondría si estos monstruos no tuvieran, por ejemplo, el aspecto de Nicholas Hoult (para ser un zombie no está mal), Arnold Vosloo (esa momia de Stephen Sommers)… ¿Quién no se enamoraría de la Muerte si se le plantara delante con la cara de Brad Pitt?

 

La versión más siniestra, peligrosa, retrógrada e irritante de esta tendencia a emparejar variados monstruos con a menudo insustanciales humanos está en el fenómeno literario que en peor deja a la comunidad lectora, así en general: el, de nuevo, siniestro, peligroso, retrógrado e irritante Christian Grey, el de las Cincuenta Sombras.

 

Que sus trajes italianos y su helicóptero no os lleven a engaño (ésa es, por cierto, otra categoría que suele repetirse: estos monstruos enamorados suelen ser de buena familia o de posibles, como se decía antes; claro, si tienen una isla privada el hecho de que quieran chuparte la sangre parece de repente mucho menos importante…): Christian Grey es un auténtico monstruo moderno. Su (supuesto) atractivo y su fortuna lo convierten en un ser sobrenatural, y sus hábitos y su, supongo, oscuro pasado, en un monstruo, no por la moralidad de sus acciones, que ni os importa ni estamos en condiciones de juzgar, sino por la percepción que de él tiene la incompetente narradora de la historia (¿Por qué le gusta? ¿Porque de vez en cuando la lleva en helicóptero y la abofetea? ¿en serio?). 

Y la pregunta inevitable es: ¿por qué? ¿Por qué esta antigua obsesión con lo sobrenatural, qué lo hace tan atractivo, y, sobre todo, tan recurrente? Nuestros estereotipos no cambian en su esencia, pero varían sutilmente en la forma. En una época en que los príncipes azules ya no engañan a nadie y resultan mortalmente aburridos, lo peligroso añade un plus de interés o morbo. Digo yo. Ésa es la superficie. El fondo es algo más preocupante: lo sobrenatural aporta al romance algo extraordinario, algo inexistente, algo que eleva la historia por encima de las posibilidades reales, creando expectativas desmesuradas. Los receptores de esas historias se escapan de la realidad, se sitúan por encima de ella (y, por tanto, por encima de los que no las reciben). Atentos al tráiler de otro de estos fenómenos, la adaptación al cine de Ciudad de huesos, el primer volumen de la saga The dark instruments, de Cassandra Clare (de quien hablaremos largo y tendido en otra ocasión). Atentos al apabullante término con el que los personajes se refieren a los que no son otra cosa que humanos…

 

Pues sí. Mundanos, somos mundanos, y ellos son elegidos. Mientras esta moda llega, culmina y, supongo, pasa, desde Continuará nos preguntamos: ¿qué será lo siguiente? ¿qué monstruo o personaje mítico será el próximo infortunado en enamorarse trágicamente de un humano o una humana? ¿Bigfoot? ¿Nessie? Esperamos ansiosos la respuesta. Entretanto, monstruos y monstruas, desde aquí os deseamos un feliz día de San Valentín, como decían en aquella genial y menospreciada serie, Duckula, “seáis lo que seáis”…

 

 

 

Continuará...

 

                                                                                                            Cpt. Flint Baker

                                                                                                cpt.flint.baker@gmail.com


 

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Comentarios: 2
  • #1

    Ramón Vidal (jueves, 14 febrero 2013 11:09)

    Si el Van Helsing de verdad, es decir interpretado por Peter Cushing, levantara la cabeza se terminaba tanta concupiscencia entre muchachitas prepúberes y fuerzas sobrenaturales. Te lo digo yo.

  • #2

    El Advenedizo (viernes, 15 febrero 2013 01:21)

    Ya se encargará Blade...

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